La DANA que golpeó la provincia de Valencia el 29 de octubre dejó 229 víctimas mortales y una huella que no se borra con el paso del tiempo. Entre quienes tratan de recomponerse, cada vez más personas recurren a la tinta para cubrir cicatrices y poner palabras o símbolos a lo vivido, una vía que muchos describen como una forma de terapia emocional.
En ese escenario destaca el trabajo de Pascual Julián, propietario de Señor Lobo Tattoo Studio en Alfafar y damnificado directo de la inundación. Desde entonces, su día a día se ha volcado en acompañar a vecinos que buscan en el tatuaje un gesto íntimo de reparación, una manera de transformar el golpe en un impulso para mejorar la autoestima.
El tatuaje como vía de superación personal

Para muchas personas, grabar en la piel palabras, firmas o símbolos se convierte en un ritual con sentido. No pretende borrar el pasado, sino abrir un espacio para sanar sin borrar lo ocurrido, integrando el recuerdo de forma consciente y con fuerza renovada y, en algunos casos, puede ayudar con la ansiedad.
Julián resume así el giro de su trabajo: la inmensa mayoría de los encargos que realiza desde entonces están vinculados a la DANA. Cada pieza nace de una historia distinta y funciona como recordatorio de que se puede levantar cabeza, aunque el camino sea largo y no siempre lineal.
En el estudio se repiten ciertos motivos porque condensan la idea de renacer. Entre los más solicitados aparece la palabra resiliencia, a la que se suman caligrafías significativas, dibujos espontáneos o iconos que remiten a empezar de nuevo, como un ave fénix. Son elecciones que buscan fuerza y sentido en un momento frágil.
- Palabras con carga personal, como resiliencia.
- Firmas y notas manuscritas de familiares, recuerdos únicos.
- Retratos de personas o animales que simbolizan vínculo.
- Frases motivadoras y emblemas de renacimiento, como el fénix.
Del agua al taller: reconstruir un estudio en Alfafar

El golpe para el negocio fue doble: tras cinco meses de reformas y con la inauguración prevista para la semana siguiente, el local quedó arrasado. El agua subió hasta 1,6 metros de altura y se llevó por delante paredes, techo y equipamiento recién instalado.
La reapertura no fue inmediata, pero sí más rápida de lo que cabía esperar. Con la ayuda de familiares, amistades y numerosos voluntarios, consiguieron limpiar y poner en marcha una pequeña cabina a mediados de febrero. A partir de ahí, el estudio fue recuperando pulso, paso a paso y con muchas horas detrás.
La normalidad aún queda lejos. Persisten problemas de infraestructuras en el entorno, como humedades y alcantarillado insuficiente, y cada episodio de lluvia reaviva el temor a que todo vuelva a desbordarse. Quedan remates por hacer en el local y, sobre todo, mucho por arreglar fuera de él.
Acompañamiento emocional y comunidad
En la cabina se ha creado una especie de pacto tácito: se comparte empatía y se respeta el ritmo de cada persona. Las sesiones suelen ser intensas, con momentos duros y otros esperanzadores, y ese ambiente de escucha ha cambiado también la forma de trabajar del equipo.
Quienes salen tatuados cuentan que les cambia el gesto y la postura, como si el cuerpo acompañase una decisión interna. Esa pieza funciona a menudo como un pequeño empujón para afrontar el día a día con otra actitud, incluso en detalles cotidianos, desde cómo caminar hasta cómo vestirse.
La relación que se teje va más allá de lo profesional. Hay abrazos, lágrimas y confianza a prueba de dudas, y no es raro ver pasar por el estudio a tres generaciones de una misma familia. Esa continuidad refuerza la idea de que no se trata solo de un dibujo, sino de una historia compartida.
Antes de encender la máquina, hay conversación. A veces el diseño inicial cambia por completo cuando se clarifica lo que representa y para qué se quiere llevar. Importa menos el trazo perfecto y más que la pieza acompañe de verdad a quien la llevará consigo.
Para el equipo, estos meses han sido casi indescriptibles: jornadas interminables, decisiones difíciles y la tentación de parar cuando otros negocios no pudieron seguir. La comunidad tiró de ellos y ese apoyo fue clave para volver a levantar la persiana, aun con la incertidumbre como compañera.
En la Valencia marcada por la DANA, los tatuajes se han convertido en una herramienta discreta pero poderosa: ayudan a cubrir cicatrices visibles e invisibles, sostienen procesos personales y, en no pocos casos, han servido para que un estudio renazca y un barrio vuelva a mirarse con algo más de esperanza.